Por la reforma agraria hacia la revolución

Los socialistas españoles venían preocupándose por los problemas de la agricultura, y las condiciones de vida en las que desenvolvía su existencia el campesinado y la población rural, desde, al menos, los inicios del siglo XX. Quizás, sus acrecentados desvelos por atender las reclamaciones provenientes de las "gentes del campo" guardasen una estrecha relación con las trascendentales modificaciones que experimentaron los trabajadores de la agricultura durante las postrimerías del siglo XIX y las primeras décadas del XX. En efecto, las hondas cicatrices que habían dejado en la sociedad rural los efectos provocados por la llamada "crisis agraria finisecular" se hicieron sentir, con una intensidad variable aunque con idéntico efecto duradero, sobre el campesinado de la mayoría de los países europeo-occidentales. El sistema agrario que se gestó, en la fragua de las transformaciones y adaptaciones acuciadas por aquella crisis, estrechó los lazos de dependencia que ya venían esbozándose entre agricultura e industria. Pero, además, los fenómenos de "mundialización" de la economía y los mercados que se estaban registrando desde las décadas finales del siglo XIX, erigieron a los Estados en actores decisivos. Hasta convertirlos en los agentes responsabilizados de la aplicación de políticas comerciales o arancelarias, de la fijación de los impuestos, de la determinación de los precios, o de la mediación en los conflictos laborales suscitados entre trabajadores y patronos. En suma, pues, la nueva agricultura que acabamos de esbozar reforzó el carácter capitalista de gran explotación rústica, espoleó el proceso de mecanización de numerosas labores y procesos de trabajo, y redujo sustancialmente las necesidades de mano de obra jornalera requeridas por los nuevos sistemas de cultivo y aprovechamiento de los recursos agrarios.