La clase social de los conversos en Castilla en la Edad Moderna

Tanto la deuda de nuestros estudios históricos con la persona de don Antonio Dominguez Ortiz como su prestigio internacional se hallan hoy reconocidos hasta el punto de no requerir encarecimientos de ninguna clase. La mera mención de su nombre nos materializa la idea de responsabilidad y rigor en la tarea, además de una apertura modernizadora de los polvorientos desvanes en que por demasiado tiempo se habían venido domiciliando no pocos de nuestros profesionales de la historia.

Doblegada de un modo ineludible a compromisos ideológicos, la historia ha sido tal vez el mayor punto flaco de la moderna cultura hispanofona. El gran siglo de la historia que fue el XIX no produjo entre nosotros más que mediocridades y (como he expuesto ya en otros ocasiones) correspondió en cambio a los filólogos la elaboración de los conceptos de base. En la mente de todos está el caso tipico de Menéndez Pelayo, a la vez glorioso y asentado sobre pies de barro, en cuanto consagración de la clase de hipotecas a que antes me he referido. Nuestra deuda con el polígrafo santanderino es tan grande como la condena que merecen tanto servilismo crítico y el intento a posteriori de erigir su obra en un canon de ortodoxia político-religiosa. ¿Se olvida lo que por casi un siglo ha costado el buscar algún camino fuera de Menéndez Pelayo?